Leandro Raúl Díaz - Profesor titular de hidrología - UNT
Este 22 de marzo se celebra otra vez, como cada año, el Día Mundial del Agua, instituido por la Asamblea General de las Naciones Unidas por la Resolución A/RES/47/193, en conformidad con las recomendaciones de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo realizada en Río de Janeiro en 1992.
El objetivo de establecer este día fue sensibilizar, concientizar y llamar la atención a la sociedad sobre esta importante temática.
Cada Día del Agua, con su lema, pretende señalar que existe un problema sin resolver, un asunto importante y pendiente al que hay que prestar atención, y para que, a través de esa sensibilización, los gobiernos y los estados actúen y tomen medidas para alcanzar soluciones.
Algunos de esos lemas en los últimos años fueron: Agua y Energía; Agua y Desarrollo Sostenible; El agua y el empleo; ¿Por qué desperdiciar agua?; Agua limpia para un mundo sano; Saneamiento; Agua para las ciudades, etcétera, que son temas que debiéramos seguir teniendo presentes, porque la situación no se resuelve con festejar ese día mundial y sigue siendo en muchas partes crítica.
El lema de este año pone énfasis en cómo la naturaleza es fundamental para ayudarnos a superar los desafíos que plantea el agua en el siglo XXI.
No podemos obviar los problemas medioambientales provocados por la presión antrópica, que unida al cambio climático, provocan las graves, recurrentes y cada vez más asiduas crisis asociadas a los recursos hídricos que ocurren en todo el mundo.
Nosotros mismos, en nuestra región, somos víctimas de procesos continuos de inundaciones y sequías que se suceden sin solución de continuidad, agravados por la degradación de la cubierta vegetal y por la contaminación de los suelos, ríos y lagos.
Cuando desatendemos los ecosistemas dificultamos el acceso a los recursos hídricos, imprescindibles para sobrevivir y desarrollarnos, y podemos condenar a grandes sectores de la población a penurias por no contar con agua segura, y afectar de manera terminal a muchas actividades por la sobre explotación y contaminación consecuentes.
Hoy se plantean, además de los procesos tradicionales, una serie de soluciones basadas en los procesos naturales, mediante infraestructuras ecológicas procurando devolver el equilibrio al ciclo del agua, además de mejorar la salud pública y contar con este recurso para la producción de alimentos, energía y todos los bienes.
Pero toda esta problemática compleja se debe hacer frente con una perspectiva de Gestión Integrada del Recurso Hídrico (GIRH), ya que este enfoque integral posibilita manejar correctamente el recurso hídrico. Y cuando el agua se maneja bien, permite el crecimiento inclusivo y sostenible, por lo que es una contribución fundamental para la solución a muchos de los desafíos del desarrollo sostenible, desde la obtención de alimentos y la seguridad energética, para aliviar la pobreza, promover sociedades equitativas, reducir el riesgo de desastres y combatir el cambio climático.
Esto requiere estrategias a largo plazo, superando los mandatos de los funcionarios electivos, que permita contar con un plan, un marco de planificación regional y una estrategia de inversión. Es decir, que se requieren políticas públicas con el agua como eje estratégico.
Para ello, se deben realizar acciones para una gobernanza hídrica sólida con la reforma institucional y/o las modificaciones a la legislación para contar con organismos técnicamente sólidos, capacitados modernamente y con los recursos para la aplicación preventiva de medidas destinadas a una explotación racional y sustentable del recurso. Que incluyan, además, recursos y tecnología para conocer y valorar los recursos. No puede gestionarse, efectivamente, aquello que no se conoce.
Esto es una condición imprescindible para garantizar el desarrollo real y lograr beneficios socioeconómicos a través de una mayor inversión, uso más sostenible de los recursos y mejora de la calidad de vida y la salud pública, permitiendo encaminarnos a alcanzar los ODS en el año 2030.
La importancia de estas acciones es tan trascendente que merecen ser consideradas cuestiones de Estado, que deben estar por arriba de mezquinos intereses sectoriales, sobre las que no se debieran aplicar las picardías políticas, ni traerlas al barro de la lucha electoral.
Son decisiones que, como sociedad, debemos tomar con templanza y entereza para llevarlas adelante de manera continua y firme, aunque en el día a día se generen resistencias. Hay que concientizar, explicar y adoptar las acciones necesarias, como un mecanismo de supervivencia como sociedad. Debemos fortalecer los mecanismos que nos den resiliencia a los extremos climáticos y adoptar medidas estructurales y no estructurales -cuya implementación llevará años-, lo antes posible.
El año 2030 queda a la vuelta de la esquina y los tiempos para implementar las acciones necesarias para alcanzar los ODS se acortan y en algunos casos son claramente insuficientes para proyectar, conseguir el financiamiento e implementar las mismas.
En la inauguración del 8° Foro Mundial del Agua se habló de la necesidad de realizar un aprovechamiento sustentable del agua y surgió, como urgente, tomar acciones de manera inmediata. “No hay más tiempo que perder”, sonó como una arenga urgente, que por repetida a veces pierde fuerza.
Pero quizás, quienes se sienten esperanzados en que alguna vez sea realidad, son los millones de personas enfermas y hambrientas por las crisis del agua, y las más de 800.000 de las que mueren anualmente en todo el mundo. No necesitamos inspirarnos en las regiones más pobres del mundo para darnos cuenta de que tampoco tenemos tiempo que perder.
Este deberá ser un proceso en el que para tener éxito deben participar todos los actores sectoriales.